Hablemos de la “utopía”, hablemos de soñar un escenario perfecto, aquel que relacionamos con vivir en un lugar donde las condiciones naturales son perfectas, donde la enfermedad no existe, la convivencia social es ideal y sobre todo sin el engorroso componente “cuanto cuesta”. Es común que cuando cotizamos nuestros sueños, estos se derrumben, o cambiamos de sueño y deseamos mejor “ganar la lotería”. Podemos llegar a confinar la existencia de la utopía al mundo perfecto de las ideas, por miedo que al tratar de aterrizar nuestros sueños a la realidad estos se desbaraten y así dejamos que solamente cumplan su función crítica o esperanzadora.
Pero hay que superar esta condición de buscar un mejor lugar donde vivir solamente en las ideas para hacerlo realidad. Hay que salir de la amnesia contemporánea para desempolvar nuestros sueños de utopía: con muchas ideas, sin miedo y con responsabilidad; no en un lugar alejado y prácticamente inexistente, sino en realidad, EN DONDE NOS ENCONTRAMOS ACTUALMENTE. Estoy seguro de que se puede lograr la realización de nuestros sueños en estas condiciones inmediatas, como un proceso continuo, como un caminar conjunto, de lo contrario, estaremos naufragando constantemente, o en el mejor de los casos, en un peregrinaje indefinido hacia “el próximo horizonte”.
Claro que lograr esta realización no es fácil. Creo que primero hay que superar la paradoja de encontrar un lugar que nos inspire grandes propósitos y lograr esto en las ciudades, donde actualmente vive más de la mitad de la población mundial, puede ser difícil. Hay que cultivar la intención de sentir arraigo por un lugar: de tener o querer desarrollar un sentido de pertenencia. Otro tema harto difícil: no hay muchos paradigmas de pertenencia a los cuales unirnos con verdadera pasión. Hasta cierto punto, vivimos algo engañados, confundidos y divididos por un sistema que funciona en la medida en la que ha creado territorios geográficos, financieros y políticos definidos para la conveniencia de los grupos en el poder. Por donde quiera que miremos, vemos un mundo cambiante a gran velocidad. Y muchas veces damos por sentada esa velocidad, esa modificación del ambiente a los caprichos de algo que han llamado “desarrollo”. No contamos con suficientes ejemplos para poder tener un referente, una ventana a la cual asomarnos a una realización utópica de la realidad que nos sirva para plantearnos “nuestro propio paraíso”.
Sin embargo, la Permacultura nos habla de cómo hacernos “nativos” de un lugar al hacernos plenamente conscientes de la comunidad de la vida que ahí existe (humana, animal y vegetal); de los materiales con los que contamos para construir nuestro refugio y nuestro entorno; de las energías que circulan en esa región y de sus oportunidades y amenazas desde lo general hasta lo particular, sobre todo cuando tratamos de vislumbrar algún escenario futuro ante las tendencias de descenso energético y cambio climático. Es la aventura de soñar la utopía con la mente puesta en un futuro más equitativo pero siempre con los pies Y LAS MANOS en la tierra. Esto requiere un gran esfuerzo, empezando por una toma de conciencia y sobre todo, por la voluntad de decrecer, empezando por “disminuir” la escala de nuestros sueños: pensando en transformarnos primero nosotros, nuestra familia y nuestra comunidad, como los principales escalones del hermoso sendero hacia la sostenibilidad y más allá. Si en ese camino, nos llegamos a ganar la lotería, sin duda tendríamos más ideas y fundamentos para “gastarnos” ese dinero de mejores maneras.